En las anteriores entradas, hemos
visto cómo los elementos que configuraron el paradigma keynesiano estimularon
una mayor intervención del sector público y una combinación de políticas que
tendían a impulsar la demanda agregada mediante una expansión tanto fiscal como
monetaria. Igualmente, las políticas de redistribución de la renta también ayudaron
a impulsar la demanda, en la medida en que mejoraron los niveles de ingresos de
los segmentos con menor renta, los cuales tienen mayor propensión al consumo
que al ahorro. En suma, todas estas políticas ayudaron a impulsar el
crecimiento pero, en última instancia, ello dependió de unas circunstancias
económicas favorables.
Habría que decir, más bien, que
la circunstancia favorable era una y fundamental: el importante crecimiento de
la productividad que tuvo lugar tras la finalización de la Ii Guerra Mundial
con la incorporación al sistema económico de importantes avances técnicos
centrados en la utilización masiva de la electricidad y los derivados del
petróleo, el crecimiento de medios de transporte novedosos como el automóvil y
el transporte aéreo y la automatización intensiva de los procesos de
producción.
Mientras los crecimientos de
productividad se mantuvieron, la expansión de la demanda no sólo era
perjudicial sino que ayudaba a sostener elevadas tasas de crecimiento. El
problema surgió cuando esos aumentos de la productividad empezaron a
debilitarse. Ya vimos en anteriores entradas (por ejemplo: http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2011/09/rio-arriba-o-cual-es-el-origen-de.html)
la magnitud de la caída que afectó tanto a Estados Unidos como a Europa y que
el concepto relevante era la denominada “Productividad total de los factores” (http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2014/03/el-cambio-tecnologico-la-madre-de-todos.html).
Según datos aportados por Paul
Krugman en su libro Vendiendo prosperidad
(1994, publicado en España por la Editorial Ariel), en Estados Unidos
“desde finales del siglo XIX hasta la II Guerra Mundial, la productividad
creció, en promedio, alrededor de un 1,8% al año, lo suficiente para duplicar
aproximadamente los niveles de vida cada cuarenta años. Desde la II Guerra
Mundial hasta 1973, el crecimiento medio fue mayor, un 2,8% anual, lo
suficiente para duplicar los niveles de vida cada veinticinco años. Desde 1973,
la productividad creció, en promedio, menos de un 1% al año, ritmo que tardaría
ochenta años en lograr el aumento del nivel de vida que se registró en menos de
una generación después de la II Guerra Mundial”. (Hay que indicar, no obstante,
que, desde 1973, el comportamiento de la productividad no ha sido homogéneo.
Según datos de la misma obra, en el período 1979-1989 el crecimiento de la
productividad por asalariado fue sólo del 0,8% al año. Según un documento del
Servicio de Estudios del BBVA, elaborado por Jorge Sicilia, en el período
1995-2005, la productividad volvió a crecer a tasas cercanas al 3%,
manifestándose nuevamente una desaceleración en 2006, con un crecimiento de
sólo el 1,5%. Con independencia de los matices indicados, es importante que nos
quedemos con la tendencia patente de reducción del crecimiento de la PTF).
En la obra colectiva Problemas económicos españoles en la década
de los 90 (publicado por Galaxia Gutenberg en el año 1995), el profesor
José Luis Raymond aportaba datos de la evolución de la PTF en España y en la
Unión Europea en los subperíodos 1960-1975, 1976-1985 y 1986-1991. En el caso
español, el crecimiento de la PTF en cada subperíodo es 4,9%, 1,9% y 1,3%,
respectivamente. Para la Unión Europea, la evolución es del 3,0%, del 1,6% y
del 1,1%. Se deduce, claramente, que la tendencia es paralela a la
experimentada por Estados Unidos.
Las políticas expansivas de
demanda junto a la caída de la productividad acabaron generando tensiones que
se manifestaron en desequilibrios del sector exterior junto a la aparición de
presiones inflacionistas, siendo el caso más claro el de Estados Unidos. Ya vimos
en su momento cómo, a finales de los 60, la balanza de bienes y servicios de
Estados Unidos empezó a tener signo negativo:
Fuente: U.
S. Bureau of Economic Analysis
Asimismo, la mayor presión de la
demanda sobre la oferta empezó a provocar alzas de precios que rompían
claramente con la tendencia de las dos décadas anteriores:
Fuente: U.
S. Department of Labor
Los desequilibrios que tuvieron
su origen en Estados Unidos (básicamente, el déficit de la balanza de bienes y
servicios) provocaron que los flujos de dólares fuera del país se
intensificaran y, con ello, se viniera abajo el acuerdo de Bretton Woods y el
sistema de tipos de cambio fijos (http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2011/10/rio-arriba-o-cual-es-el-origen-de.html).
Todo este proceso tuvo como
trasfondo dos fenómenos que, aún a día de hoy, cuesta dilucidar si fueron la
causa fundamental de la caída de la productividad o unos meros complementos de
la misma:
1.- El hiperintervencionismo público.- La implantación del paradigma
keynesiano provocó que la intervención del sector público en el sistema
económico fuera más allá del punto en que, inicialmente, se planteó como
adecuada. La creciente regulación, el aumento del número de programas de gasto
público y del volumen de recursos que suponían y la asunción de una cada vez
más larga lista de objetivos a alcanzar acabó redundando en una clara pérdida
de eficacia de la acción del gobierno y de las autoridades públicas. Desde
finales de los 60, y más claramente desde la década de los 70, el descontento
social hacia la acción del sector público no ha dejado de crecer y manifestarse
en un cada vez más notorio desapego hacia las urnas y hacia la participación en
los procesos electorales y, de modo paralelo, en los últimos tiempos, en el
avance de opciones radicales. Dejemos aquí el razonamiento porque, en las
siguientes entradas, veremos qué ha sucedido con la necesaria racionalización
del sector público, que debería ser una prioridad esencial pero que no ha sido
desarrollada convenientemente, algo que ha perjudicado notablemente a la marcha
de las economías occidentales.
2.- La quiebra del “fordismo”.- El segundo elemento que hay que
mencionar es la quiebra de lo que se ha venido en denominar “fordismo” y que
sintetizaría los principales rasgos del sistema productivo en las economías
occidentales después de la II Guerra Mundial y que determinaba los sistemas de
retribución, las formas organizativas e, incluso, los modelos de consumo
dominantes. A partir de 1945, se impuso la cadena de montaje como forma básica
de producción en las empresas industriales, lo cual lleva asociado la elevada
estandarización de los productos, la existencia de grandes unidades de producción,
la elevada mecanización de los procesos de trabajo y, por ende, la elaboración
de un elevado número de unidades de ítems de consumo limitados y un poder
importante de las organizaciones sindicales. Este modelo empezó a quebrar a
finales de los 60, ya que, con mayores niveles de renta, es más difícil
mantener a un elevado número de trabajadores haciendo tareas rutinarias y
repetitivas (una cuestión que remite, pura y simplemente, a la escala de
necesidades de Maslow: http://es.wikipedia.org/wiki/Pir%C3%A1mide_de_Maslow).
Por ello, hubo que acometer nuevas formas de organización industrial que
suponían procedimientos y procesos más flexibles y la externalización de los
procesos más elementales y rutinarios a países con menores niveles de renta.
Desde el punto de vista de la
marcha del sistema económico, es importante resaltar que, en los años de
expansión, el “fordismo” conllevaba unos crecimientos salariales por debajo de
los incrementos de productividad, lo cual constituía un factor desinflacionista
claro. A su vez, llevaba consigo que las diferencias salariales entre los
distintos segmentos organizativos no fueran excesivamente elevadas. Cuando el “fordismo”
entró en crisis, la relación entre evolución salarial y evolución de la
productividad se rompió y mientras que la segunda frenó su crecimiento, los
salarios empezaron a subir a por encima de ella. Ello constituyó un nuevo
acicate para la subida de la inflación y, a su vez, puso en marcha importantes
cambios en la estructura productiva que, en gran medida, aún estamos viviendo.
En suma, el cambio de
circunstancias económicas llevó a que el paradigma keynesiano fuera
insostenible y se sustituyera por el que podemos denominar paradigma
neoliberal. A ello, dedicaremos la próxima entrada del blog.
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