SECTOR PÚBLICO: TEORÍA Y PRÁCTICA (XVIII)





Para los dos paradigmas que sucedieron al paradigma castizo, hemos utilizado la denominación de “mixto” en la medida en que, en vez de adoptar una línea clara y bien definida, el sector público español ha empezado a acumular funciones sin un orden y concierto bien programados. Por un lado, existe una tendencia liberalizadora de carácter general que ha puesto énfasis en los mecanismos del mercado y en favorecer la competencia en la oferta de bienes y servicios. Sin embargo, esta tendencia se ha visto frenada por un reciclaje continuo de los mecanismos intervencionistas de forma que, si en los años 60 se aplicaron a través de los Planes de Desarrollo, después siguieron estando presentes a través de una preocupante discrecionalidad legislativa que ha contribuido, en muchas ocasiones, a generar una grave inseguridad jurídica y, en casi todas, en favorecer oligopolios existentes en vez de ampliar las opciones posibles para los clientes y consumidores. Al mismo tiempo, ha existido siempre una tentación keynesiana que, paradójicamente, se ha ido acentuado conforme, como ya vimos, la virtualidad de dicho paradigma se fue perdiendo conforme las condiciones económicas no lo hicieron viable.

Dicha situación se ha visto agravada por dos factores que contribuyeron a crear un contexto poco clarificador:

1.- Por un lado, como ya vimos al hablar del paradigma neoliberal, la tendencia en los sectores públicos occidentales ha sido más la de “recortar” que la de “racionalizar”, lo que no ha ayudado a crear referencias válidas para que en España se articularan alternativas sensatas y eficaces.

2.- Por otro lado, ha seguido estando presente una manifiesta insuficiencia fiscal, de manera que cabe hablar de una grave “desfiscalización” de determinados tipos de renta, de modo que, por ejemplo, el IRPF recae, fundamentalmente, en los rendimientos salariales y en los rendimientos del capital mobiliario. Ello provoca que, si sumamos la acumulación poco selectiva de funciones ya comentada, que epígrafes como la sanidad, la educación, las políticas sociales o las políticas de I+D (que constituyen las funciones genuinas que un sector público debe asumir) cuenten con una constante limitación de recursos que impiden que los mismos alcancen la calidad y el impacto favorable requeridos en una sociedad moderna y desarrollada.


Con el último paradigma que vamos a ver, llegamos hasta el momento actual, lo que nos permitirá enlazar con una serie anterior donde ya analizamos el peso del sector público dentro de la economía española:


D.- PARADIGMA MIXTO CON ECONOMÍA ABIERTA (1986-?).- Tres elementos son claves en la configuración de este paradigma que, a fin de cuentas, es en el que aún está instalado el sector público español:

1.- El primero, la reforma fiscal de 1978, promovida por Enrique Fuentes Quintana en la Vicepresidencia del Gobierno para Asuntos Económicos y Francisco Fernandez Ordóñez en el Ministerio de Hacienda. Con esta reforma, se acabó con el sistema de impuestos de producto establecido por la Reforma Mon-Santillán y se pasó al sistema de imposición personal sintética con el IRPF como pieza central del nuevo entramado tributario. La entrada en vigor del Impuesto sobre el Valor Añadido (IVA) en 1986 supuso la culminación de la reforma desde el lado de la imposición indirecta.

2.- El segundo, la descentralización política que permitió la Constitución de 1978 con la creación del Estado de las Autonomías. Aunque, inicialmente, se argumentó que la formación de las Comunidades Autónomas iba a suponer sólo una descentralización del gasto y no un aumento del mismo, la experiencia ha demostrado que estos nuevos entes administrativos se han convertido en una fuente sin control de expansión presupuestaria, en la medida en que, en vez de desarrollar programas de gasto eficaces y ajustados a las necesidades sociales, los recursos se han empleado en el crecimiento sin ton ni son de las estructuras administrativas, como ahora veremos.

3.- El tercero, la entrada en la Comunidad Económica Europea en 1986 y la adopción de la moneda única a partir de 1999. Este factor supuso que España se convertía, definitivamente, en una economía abierta y, por tanto, su aparato productivo dejaba de estar amparado por aranceles, limitaciones cuantitativas o posibles devaluaciones del tipo de cambio frente a los bienes y servicios que se pudieran importar del resto de países de la Unión Europea.

La reforma fiscal supuso un fuerte aumento de los recursos disponibles para las Administraciones Públicas y, desgraciadamente, ello impidió que tuviera lugar una estrategia eficaz contra el fraude fiscal: ¿para qué luchar contra la evasión si los ingresos públicos aumentaban sin problemas como consecuencia de las renovadas figuras tributarias? Ello no significaba que el sistema acabara con la evasión y alcanzara un grado satisfactorio de equidad (aunque el mismo mejorara apreciablemente) pero el aumento de recaudación sirvió para ocultar las taras y defectos que acabaron por aflorar con el paso del tiempo.

Desde 1986 hasta la actualidad, las fases de crecimiento económico propiciadas, primero, por la entrada en la Comunidad Económica Europea y por el proceso de unión monetaria, después, con la bajada de tipos de interés que llevó asociada, han elevado al alza la recaudación fiscal y ello se convirtió en la excusa perfecta para expandir el gasto público sin reparar en si los niveles alcanzados serían sostenibles en la fase bajista del ciclo. En el fondo, aunque se continuó incidiendo en la progresiva liberalización de los mercados de bienes y servicios, al mismo tiempo continuaron estando presentes las típicas medidas intervencionistas desarticuladas y carentes de una trabazón lógica y coherente (los continuos vaivenes regulatorios en el sector eléctrico son una buena muestra de ello) y, además, se siguió intentando implantar una especie de planteamiento keynesiano que, en realidad, acabó siendo lo contrario de lo que Keynes pudo intentar sugerir. Porque si el economista británico indicó que durante las recesiones podría ser conveniente y hasta necesario aplicar políticas expansivas del gasto público, en España se ha hecho prácticamente al revés. El gasto público ha actuado expansivamente en las etapas de bonanza y cuando, en las fases de recesión, el déficit se ha vuelto insostenible, se han efectuado recortes que, en vez de compensar el ciclo, lo que han hecho es acentuarlo.

En el fondo del problema, está la contradicción entre la insuficiencia tributaria derivada de la desfiscalización de amplios segmentos de renta y la acumulación de funciones que el sector público español intenta desempeñar lo cual conlleva una tendencia crónica al déficit y a una falta de eficacia estructural en el cometido de los desempeños realizados por las distintas administraciones públicas.
En la serie que antes hemos enlazado, aportamos numerosos datos que corroboraban las conclusiones que acabamos de exponer. Así, en relación a la presión fiscal, se apreciaba que se encontraba en niveles muy inferiores a los de los principales países de la Unión Europea, circunstancia que no podía achacarse a unos tipos impositivos más bajos que los de los países de nuestro entorno sino a que los mismos recaen sobre una base menor.





Fuente: EUROSTAT


En consecuencia, la ratio gasto público/PIB también era menor a la media de los países con los que realizamos la comparación.



 Fuente: EUROSTAT

Este último hecho se ve agravado por la circunstancia de que las partidas de carácter administrativo (las que, en el cuadro que a continuación adjuntamos, aparece con la denominación de “Serv. Publ.”), debido al intenso proceso de descentralización y creación de nuevas estructuras públicas que ha tenido lugar en los últimos años, tienen un peso excesivo en función de la presión fiscal existente. Ello no resulta obvio en una primera revisión de los datos, pero se ve con bastante claridad cuando se compara la estructura de gasto española con las de Alemania e Irlanda: http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2012/10/analisis-del-peso-del-sector-publico-en_10.html.

Este mayor peso relativo del gasto en “Servicios generales” redunda en un menor peso de las partidas de sanidad, educación y políticas sociales, lo cual genera una evidente impresión negativa por parte de los ciudadanos en relación a las políticas públicas ya que las prestaciones que son inherentemente esenciales a la acción de los poderes públicos no están dotados con los recursos necesarios para alcanzar un mínimo grado de eficacia.

Finalmente, el excesivo y descoordinado intervencionismo resta capacidad de crecimiento a nuestra economía y, además, resta competitividad a todo su aparato productivo (algo que, en el contexto de una economía abierta, alimenta el déficit estructural con el exterior, el cual suele ser el factor decisivo de estrangulamiento de todas las etapas de expansión que ha conocido nuestro país) por lo que, en consecuencia, se frena el aumento de los ingresos públicos potenciales realimentando el círculo vicioso del que el sector público español parece no poder salir.

En el fondo, el problema que aqueja al sector público español es el de su disfuncionalidad en relación a las necesidades del sistema económico en el cual está establecido. Ello que, como veremos en la próxima entrada, es un factor común que comparte con los sectores públicos de las economías occidentales, se ve agravado por las disfuncionalidades particulares, fruto de las circunstancias históricas que hemos resumido en las últimas entradas, que se dan en el caso español y que se centran en el importante grado de evasión fiscal y la acumulación de funciones que o no pueden dar resultados positivos porque obedecen a un intervencionismo estéril o devienen eficaces porque no están dotadas con los recursos necesarios para que sus efectos sean beneficiosos para el conjunto de la economía o funcionan según unos parámetros burocráticos o unos criterios políticos que no tienen nada que ver con la efectividad de los recursos aplicados a las mismas (el caso del sistema educativo es sintomático). Ello explica, en gran medida, el descontento social hacia la actuación de las administraciones públicas porque, en última instancia, la cuestión es que el exceso de expectativas puestas en la acción de los poderes públicos sólo puede conducir a la frustración. Como hemos dicho al principio de este post, es necesario RACIONALIZAR las estructuras públicas, lo cual no se puede confundir de forma burda con simplemente RECORTAR.

En la última parte de esta entrega, ahondaremos en esta última idea.

* * *

 Pueden ver esta entrada en formato PDF pinchando en el siguiente enlace:

https://www.dropbox.com/s/x7xjgths4mr2110/20140705%20SECTOR%20PUBLICO%20TEORIA%20Y%20PRACTICA%2018.pdf?dl=0






Comentarios