SECTOR PÚBLICO: TEORÍA Y PRÁCTICA (y XIX)






4.- PERSPECTIVAS DE FUTURO.- Para explicar cuáles deberían ser las tendencias del sector público en el contexto de la actual crisis, tenemos que retomar varias ideas que hemos deslizado a largo de esta prolongada serie y otros conceptos que ya habíamos manejado con anterioridad.

Anteriormente, ya habíamos hablado de los tres niveles que, según José Luis Sampedro, tenía toda realidad económica:

- Nivel técnico-económico.- Se refiere a los aspectos materiales, en sentido amplio, de la realidad: la tecnología, los recursos humanos disponibles, la formación y capacitación de la mano de obra existente, los bienes de producción, las infraestructuras, los precios, la producción de bienes y servicios, el saldo de las transacciones con el exterior…

- Nivel socio-institucional.- Este nivel se relaciona con las leyes, las costumbres, las instituciones y la estructura social donde se desenvuelve la actividad económica material.

- Nivel axiológico.- Este último escalón se refiere a los aspectos más intangibles de la realidad económica: la cultura y las mentalidades existentes…

Toda situación de crisis podría ser descrita como un desajuste entre algunos de los tres niveles enumerados, de modo que se producen contradicciones y cuellos de botella que impiden la estabilidad y que generan desequilibrios e incertidumbres permanentes.

Desde este punto de vista, el sector público es un elemento que, desde el nivel socio-institucional (con ramificaciones en el nivel técnico-económico y en el nivel axiológico) puede ser funcional o disfuncional en su relación con el sector privado de la economía, de forma que ambos pueden realimentarse para conducir a la economía a la prosperidad o, por el contrario, pueden entorpecerse uno al otro para generar estancamiento o, incluso, declive de la producción y de la riqueza.


En todas las entradas previas, hemos intentado exponer cómo, en ocasiones, el ajuste entre sector público y privado funciona y da lugar a etapas de expansión y prosperidad y, en otros momentos, ese ajuste se desactiva y la actuación de los gobiernos acaba siendo perjudicial para la buena marcha de la economía. Aunque, a raíz de la crisis del 73 y el fin del keynesianismo, el paradigma neoliberal ayudó a resolver muchos de los importantes problemas que afectaban en ese momento a las economías occidentales, a largo plazo no fue capaz de detectar los hechos negativos que el propio paradigma generaba y los mismos han acabado siendo factores que han arrastrado a esas mismas economías a una nueva crisis de importantes proporciones.

Si el keynesianismo quebró cuando el crecimiento de la productividad empezó a descender, el paradigma neoliberal se agotó cuando las ganancias de eficiencia en el funcionamiento del sistema económico tocaron techo y, ante la desregulación que se había practicado en el sistema financiero, las políticas monetarias expansivas llevadas a cabo por los bancos centrales sólo sirvieron para aumentar el endeudamiento de familias y empresas y provocar una burbuja inmobiliaria y financiera de colosal magnitud.

Desde este punto de vista, el confiar en los déficits públicos o en el aumento de la oferta monetaria como posibles salidas a la crisis son soluciones fuertemente voluntaristas que, probablemente, no surtirán un efecto duradero y sostenible. El pretender alcanzar altas tasas de crecimiento depende, como ya hemos dicho en ocasiones anteriores (http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2011/09/rio-arriba-o-cual-es-el-origen-de.html, http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2014/02/el-cambio-tecnologico-la-madre-de-todos.html) del aumento de la productividad total de los factores y dicho aumento está relacionado con la incorporación de nuevas tecnologías y, en las últimas décadas, no se ha producido la irrupción de tecnologías fuertemente innovadoras que hayan supuesto saltos radicales. En la medida en que ello sólo pueda dar lugar a crecimientos moderados de la economía en el futuro inmediato (http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2014/04/ciclo-economico-y-estrategia-empresarial.html), el asumir niveles progresivamente elevados de endeudamiento público o confiar en una expansión prolongada para conseguir una recuperación de los ingresos públicos se antoja demasiado arriesgado si se quiere garantizar la sostenibilidad de las cuentas públicas: las deudas contraídas pueden acabar siendo impagables y la recaudación que se puede obtener con la actual situación fiscal puede ser insuficientes para mantener las funciones esenciales de los estados.

Empezando por esto último, la estructura fiscal vigente, con un importante grado de desfiscalización de rentas debido a la existencia de paraísos fiscales (http://www.elconfidencial.com/tags/temas/los-papeles-de-luxemburgo-13002/), acaba repercutiendo en una carga tributaria escasamente equitativa que acaba recayendo, fundamentalmente, sobre las clases medias de las economías occidentales. La falta de equidad encuentra como vía de escape  en muchos casos el establecimiento de prestaciones públicas a favor de dichas clases medias para compensar el exceso de gravamen a la que la misma se ve sometida y por ello, en la mayoría de los casos, dichas prestaciones no resuelven los problemas más graves de falta de recursos de los sectores más desfavorecidos, fallando, por tanto, una de las funciones del Estado del Bienestar que se asumen como esenciales. (Un ejemplo de ello es la deducción por compra de vivienda habitual que ha existido en la legislación fiscal español hasta tiempos recientes: es obvio que ello beneficia a quienes tienen suficiente poder adquisitivo como para comprar una vivienda pero quien carece del mismo y no tiene fácil acceso al mercado inmobiliario no se puede aprovechar de una medida de esta índole.)

Esta dinámica explica, en gran medida, cómo, durante las etapas de expansión, se ha seguido acumulando deuda pública en términos absolutos en la mayoría de los países de las economías occidentales. Si los déficits se redujeron o se llegó a presupuestos meramente equilibrados se debió a que los ingresos públicos crecieron en virtud de la burbuja inmobiliario-financiera existente por lo que, cuando ha llegado la crisis, los gobiernos apenas han tenido margen para utilizar el presupuesto como arma contracíclica. Ello se agravó por el hecho igualmente paradójico de que, en plena fase de crecimiento, también los bancos centrales llevaron a cabo políticas monetarias expansivas con lo que, al inicio de la recesión, los instrumentos tradicionales de las políticas de estabilización estaban agotados y carecían de margen para luchar contra la crisis. Desde el punto de vista de las políticas de oferta, la desigual distribución de la carga tributaria supone un hecho que añade un fuerte elemento de ineficiencia a los sistemas económicos a lo que se añade el exceso de funciones que han ido acumulando los estados, lo cual deriva en intervencionismos excesivos y en hipertrofias regulatorias que tienden a crear sistemas económicos rígidos y encorsetados, todo lo cual reduce aún más la modestas tasas de crecimiento que se pueden alcanzar en las circunstancias actuales.

En este contexto, las alternativas que se dibujan en el horizonte se basan, desgraciadamente, en un exceso de ideologización que suponen una burda simplificación de los remedios para solucionar los problemas actuales. El movimiento del Tea Party en Estados Unidos, el  avance en las encuestas del Frente Nacional en Francia o del UKIP en Gran Bretaña, el triunfo de Syriza en Grecia, los importantes resultados electorales conseguidos por el Movimiento Cinco Estrellas de Bepp Grillo en Italia o el auge de Podemos en España , dentro de las sustanciales diferenciales que existen entre todas estas formaciones políticas, son ejemplos de cómo, ante una realidad compleja, están ganando terreno las opciones que enfocan la realidad desde un prisma esencialmente doctrinario.

En realidad, el problema de las ideologías actuales es que hunden sus raíces en el pasado y, en última instancia, su utilización sistemática supone utilizar herramientas del siglo XIX para solucionar problemas del siglo XXI. El conjunto de medidas que podrían racionalizar el sector público y que, de paso, podrían conllevar que este encontrara mejor encaje en un modelo sensato y coherente de recuperación incluiría unas que podrían inscribirse dentro de un marco de izquierdas y otras que podrían inscribirse en un marco de derechas, superando las estrechas visiones ideológicas que se van convirtiendo en predominantes en el panorama político actual.

Así, desde el punto de vista tributario, habría que luchar contra la existencia de paraísos fiscales que permiten a las grandes fortunas y a las grandes corporaciones desfiscalizar una parte importante de sus rentas. Ello permitiría reducir la carga tributaria que soportan las clases medias y, aparte de ser un factor reactivador de la economía, mejoraría la eficiencia global del sistema económico al introducir mayor equidad en el reparto fiscal.

Sin embargo, desde el punto de vista interno de las economías, sería necesario desregular y mejorar los marcos para los emprendedores y el desarrollo de nuevos proyectos, con el fin de que la actividad empresarial encontrara menos obstáculos para su desenvolvimiento (como ya vimos en su momento, un mayor grado de libertad económica no es incompatible con un mayor nivel de justicia social, sino, más bien, todo lo contrario: http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2013/01/espana-y-el-indice-de-libertad.html). No obstante, hay que dejar clara la necesidad de marcar una excepción tajante a este principio general: habría que realizar una amplia revisión de las regulaciones que afectan a todo el sistema financiero con el fin de frenar el carácter desestabilizador que este ha acabado teniendo sobre todo el sistema económico. Reconducir todo el sector financiero a un peso que sea razonable dentro del conjunto de la economía debería ser una de las principales prioridades en los próximos años. No es una tarea que podrá ser realizada en un corto período de tiempo pero que, si no se empieza a abordar con carácter inmediato, conlleva el riesgo de que la economía financiera acabe sometiendo y engullendo a la economía real y esta pierda toda autonomía y margen de maniobra, de forma que, a largo plazo, los países occidentales perderían buena parte de su dinamismo y de su capacidad industrial y tecnológica (una experiencia que analizamos en este sentido fue la de Islandia en el período 2003-2008: http://eldedoeneldato.blogspot.com.es/2013/04/islandia-mito-y-realidad-ii.html).

Desde el punto de vista de las funciones asumidas por los estados, habría que dar prioridad a lo que son sus funciones básicas (orden público, justicia, infraestructuras, pensiones, sanidad, educación…) y lograr que las mismas sean ejercidas con rigor y eficacia y se debería prescindir de partidas de gasto y de intervenciones que, sin otro objetivo, la mayoría de las ocasiones, que de ofrecer ante el electorado la imagen de que los gobiernos se preocupan de determinados problemas y que su actuación es básica para cumplir con determinados objetivos, tienen, la mayoría de las veces, resultados más contraproducentes que positivos. Evidentemente, la clase política en los países occidentales busca el voto de los electores y, por ello, pretende erigirse en salvadoras de la sociedad y solucionadora indispensable de sus problemas. Sin embargo (y ahí entramos en el nivel axiológico), ello requiere de un cambio de mentalidad que acepte que los estados deben cumplir con sus funciones básicas y no acumular cometidos que acaban provocando una actuación deslavazada y estéril de los gobiernos, que abarcan muchos más objetivos de los que pueden alcanzar.

El cambio de mentalidad también debe permitir aceptar que muchos de los problemas a los que nos enfrentamos (como, por ejemplo, el terminar con los mecanismos de evasión fiscal) sólo pueden ser resueltos en un marco supranacional, lo cual requiere de un cambio trascendental en las arquitecturas institucionales. Al mismo tiempo, las nuevas estructuras supranacionales creadas deben evitar en la misma tentación de acumular funciones que vayan más allá de los fines para los cuales se vayan a crear y no cometer el mismo error que se ha cometido en la Unión Europea, cuyo marco de competencias ha crecido desmesuradamente hasta el punto de convertirse en una enorme estructura burocrática cuya finalidad no es claramente percibida por los ciudadanos europeos.

El sábado 31 de enero, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, expresidente de la Comunidad Autónoma de Extremadura ha publicado un artículo en www.elconfidencial.com bajo el título de “El dilema” (http://blogs.elconfidencial.com/espana/en-nombre-de-la-rosa/2015-01-31/el-dilema_652552/), en el que argumenta que el éxito de Syriza en Grecia se debe a unas políticas de austeridad erróneas y que “la Unión Europea (…) no tendría más remedio que dar cierta chance (…) a una nueva política que devolviera la confianza de los ciudadanos en lo que fuera la gran conquista de Europa tras la el desastre de la Segunda Guerra Mundial, es decir, en la democracia y en la red de seguridad que tendieron los estados para que fuera cual fuera la suerte de los ciudadanos, a ninguno se les privara de una educación de calidad, gratuita y obligatoria, de una sanidad universal, gratuita y de calidad y de una pensión digna garantizado por el Estado para todos”.

Si analizamos los datos de EUROSTAT (como lo hicimos en la serie sobre el sector público a la que hicimos referencia en el anterior post), podemos llegar a unas conclusiones curiosas si utilizamos como criterio el argumento expuesto en el anterior párrafo. Porque el problema, en el fondo, no estaría, necesariamente, en las partidas que Juan Carlos Rodríguez Ibarra menciona. Si sumamos el peso que las mismas suman en relación al PIB y lo comparamos con el peso del gasto público total para el ejercicio 2010, vemos claramente que existe un amplio margen que no permite concluir que el problema reside en ellas. (En vez del gasto en pensiones, utilizamos como referencia el de protección social.)





(*) Datos de Irlanda corresponden a 2009.

Fuente: Elaboración propia a partir de datos de EUROSTAT

Podemos ver que en el conjunto de la Unión Europea, las políticas sociales representan el 32,9% del PIB frente a un gasto total del 50,7% del PIB, existiendo, por tanto, una diferencia de 17,8 puntos. Hay países como Bélgica, en los que la diferencia es de 19,5 puntos, como Portugal en los que es de 19,3 puntos y como Grecia (sí, sí, Grecia) en los que la diferencia es de 21 puntos.

Si atendemos a lo que suman las partidas que estamos analizando en relación al gasto total, las conclusiones son parecidas.



(*) Datos de Irlanda corresponden a 2009

Fuente: Elaboración propia a partir de datos de EUROSTAT

El problema no reside esencialmente en las políticas sociales sino en unas estructuras elefantiásicas que deben ser racionalizas, reformuladas y rediseñadas. Pero una clase política que quiere que toda la vida social gire en torno a ella para mantener y reforzar su poder y una burocracia absolutamente reacia a los cambios están impidiendo, entre otros factores, que se adopte la estrategia adecuada.

En definitiva, la disyuntiva en la que actualmente nos encontramos es en seguir tal como estamos con una peligrosa inercia burocrática y esclerotizante, dejarnos llevar por ideologías demagógicas y populistas que simplifican peligrosamente la realidad a afrontar y sus posibles soluciones o adoptar un conjunto de medidas coherentes que permitan mejorar la situación existente. Es innegable que las fuerzas políticas entre las que previsiblemente se dirimirá el poder en los próximos años y las tendencias de opinión a nivel social no parecen apuntar a la tercera línea indicada. Sin embargo, sin plantear el problema con rigor y con objetividad, será imposible solucionarlo.

Espero que con esta larga serie haya sido capaz de explicar que no siempre se adoptan las soluciones más racionales y que, cuando existe la intención de adoptarlas, el proceso político es lo suficientemente complejo como para que haya desviaciones que, a largo plazo, acaban por derribar el modelo establecido. En consecuencia, a día de hoy no tenemos seguridad de que se elija el camino correcto. Pero sin una reflexión sensata y profunda sobre cuál debería ser ese camino, no habrá opción alguna de recorrerlo. En este sentido, los economistas deberíamos saber analizar los problemas con la suficiente objetividad como para no limitarnos a defender una determinada opción ideológica sino a ayudar a determinar el conjunto de medidas que pueden generar efectos económicos positivos, con independencia de cuál pueda ser la procedencia de las mismas. Igualmente, deberíamos criticar todas aquellas propuestas que carecen de un nivel mínimo de rigor y solidez para evitar, en la medida de nuestras posibilidades, que acaben por llevarse a cabo. En un momento crítico como el que estamos viviendo, es crucial no inclinarse por opciones que, antes de abordar con seriedad los problemas que afrontamos, toman la senda fácil de la demagogia y el simplismo. Si evitamos esta tentación, lograremos eludir problemas perfectamente evitables para el conjunto de la ciudadanía.

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En el siguiente enlace, pueden acceder al contenido del post en formato PDF:

https://www.dropbox.com/s/0d5sz0a7la94q39/20140705%20SECTOR%20PUBLICO%20TEORIA%20Y%20PRACTICA%2019.pdf?dl=0

En el siguiente enlace, pueden acceder al contenido de la serie completa en formato PDF:

https://www.dropbox.com/s/ewec5nro5g443r5/20140705%20SECTOR%20PUBLICO%20TEORIA%20Y%20PRACTICA.pdf?dl=0





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